Alejandra Reiz._ Aun se puede confiar.

viernes, 15 de enero de 2010 en 22:49


Alejandra Reiz es una mujer de quien sé muy poco. Sé que tiene alrededor de 28 años, quizá más, quizá menos. Sé que vivió por algunos años en Barcelona y que ahora lo hace en Nueva York. Sé que es española de nacimiento. Sé que cuando su hermana, de quien no se el nombre, cumplió 25 años, la invitó a un viaje por Francia e incluso sé que si Alejandra llega a leer este escrito podrá corregirme una o varias de las referencias expuestas. Estas referencias son irrelevantes, sólo dan contexto. La razón por la cual escribo de Alejandra es que ella me demostró que podemos confiar en la gente. Y tan sólo le tomó 10 minutos. Así fue como sucedió.

A mediados del 2008 tuve la posibilidad de realizar un viaje que marcó mi vida. Siempre había soñado con conocer Europa, con recorrer el Viejo Continente y sobre todo, con hacerlo absolutamente sólo. Finalmente ese sueño se había cristalizado. Tras 8 días de viaje en los que Madrid me robó el aliento, llegó el turno de París… la Ciudad Luz. ¡Que mágica ciudad es París! Antes de conocerla creía exagerados todos los clichés de su romanticismo y misticismo pero al llegar no pude más que guardar silencio. La Torre Eiffel me dejó pasmado. (Anteriormente en algún post narré que por largo tiempo no hice más que admirarla, callar y llorar de emoción, y sí, así fue).

Luego del impacto que viví en mi primer encuentro con la Dama de Hierro decidí regresar la siguiente noche para verla iluminada. (Como buena mujer, su belleza es mayor de noche). La admiré, la fotografié de todos los ángulos posibles y procedí a realizar la fila para subir, para conocer sus entrañas. Ya en el elevador, busqué alistar todo para que la experiencia fuera perfecta. Me preparé para el encuentro, tomé mi cámara, la encendí y en ese momento, la pila de la misma murió. ¿Existirá algún peor lugar en el mundo entero para que la pila tu cámara se termine? Lo he pensado mucho y no me viene a la mente circunstancia alguna, excepto por el nacimiento de un hijo.

Llegué a la parte superior emocionado pero a la vez con desilusión. Por mi deseo de visitar la torre de noche, había esperado hasta el último grupo. Esto provocó que fuéramos muy pocos los visitantes. La solución en la que pensé fue proponerle a alguien que cuando terminara de tomar sus imágenes, me permitiera poner mi memoria en su cámara y así resolver el problema. Primero hablé con un grupo de mexicanos, la respuesta fue negativa. Seguí con una chica brasileña quien de una manera extraordinariamente gentil me hizo saber que bajo ninguna circunstancia me prestaría su cámara. Lo mismo me sucedió con una familia norteamericana. En ese momento sólo quedaba una opción, Alejandra Reiz. (En ese momento aun no sabía su nombre).

Le expuse mi situación. No me dejó ni terminar de explicarle. Le bastaron segundos para entender lo que necesitaba. Con toda la alegría del mundo tomó su cámara, sacó su memoria y me la dio. Me dijo que me tomara todo el tiempo que requiriera, que disfrutara de la experiencia y que mientras tanto, ella bajaría con su hermana a caminar en los alrededores de la torre. Me dijo que cuando terminara, bajara y que la encontraría en un café. Acto seguido desapareció con su hermana.

La cámara era una Sony de 10.3 megapixeles, no era cualquier cámara y la tenía en mis manos. ¿Qué tranquilidad, que confianza debió de sentir Alejandra para desprenderse así de ella? Por mi mente sólo pasó un agradecimiento total. Disfruté el momento, tomé las imágenes y minutos después bajé en su búsqueda. El café en el que me esperaría estaba a no menos de 500 metros del lugar, y si, ahí estaba ella con su hermana esperándome.

Cuando llegué pedí un café, le pedí que me permitiera invitarlas y no pude evitar preguntarle el porque había hecho eso. Su respuesta fue increíble. Palabras más palabras menos.

“Cuando me pediste la cámara no dudé en prestártela. Sinceramente creí que no me la devolverías, pero eso no me preocupó. No tengo mucho dinero, pero una cámara de fotos no me cambia la vida. En cambio, estar ahí donde estabas y que algo dañe esa experiencia, eso si te cambia la vida, así que tenía mucho que ganar y nada que perder”.

Intercambiamos correos, platicamos de trivialidades y luego de unos minutos nos despedimos. No la volví a ver. Desde ese día he platicado con ella 3 o 4 veces mediante el MSN. Se que tuvo una oportunidad laboral muy favorable por lo que se mudó a Nueva York y que actualmente está muy contenta. Se lo merece.

Me bastaron unos minutos para conocer a una persona que nunca olvidaré. Un detalle, un gesto, eso bastó para que me marcara. ¿Por qué no ser así? ¿por qué no confiar? ¿por qué no vivir con esa libertad? Ale, hoy me acordé de ti y nuevamente, no puedo más que agradecerte.

Ah… y por cierto, en la plática descubrimos que cumplimos años el mismo día. Una simple casualidad.

2 comentarios

  1. Y justamente por eso SIEMPRE cargo con un paquete extra de pilas para mi cámara, especialmente en los viajes (gasté 16 pilas en NYC).

    Ve a visitarla!!! Esa ciudad es un sueño.

  2. Me encantan este tipo de cosas. Yo sí creo en la gente.

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